Invertir parte de tu tiempo en ayudar a otros ofreciendo un servicio que contribuye a mejorar su vida y su entorno, es probablemente una de las mayores satisfacciones que puede ofrecer un programa de voluntariado. Nuestra compañera de Primaria, Miriam Neva Alejo, participó en una iniciativa que le llevó a Kenia, con la Asociación Chazón children`s center, el pasado agosto.
Localizada en Molo, donde viven representantes de hasta 42 tribus de Kenia, su atención se deriva a una población con una gran diversidad ética y cultural, que sufren los problemas derivados de los conflictos étnicos vividos años atrás.
¿Qué te mueve a tomar la decisión de compartir parte de tus vacaciones con este proyecto?
Este era el tercer voluntariado que realizaba. Yo creo que una vez que pruebas uno, es difícil no repetir. El voluntariado tiene la ventaja de que te acerca más a la realidad. A veces escuchamos noticias, vemos imágenes, pero cuando ves la realidad con tus propios ojos, no te deja indiferente.
¿Cuál era tu función durante esa etapa?
Pues, por las mañanas alternábamos visitas a familias o pintar las aulas del colegio. Cuando nos tocaba visita, visitábamos a las familias de los niños del cole, con el fin de obtener información sobre la situación en las que se encontraban. Teníamos un informe e íbamos anotando qué cosas eran prioritarias para su hogar. Estas visitas impactaban mucho, porque te encontrabas familias numerosas sin trabajo y en muy malas condiciones. A veces casas sin nada, ni muebles, ni objetos, ni camas.
El día que tocaba pintar, nos dedicábamos a pintar las aulas del colegio. Después de comer íbamos al colegio y realizábamos actividades con los niños. Me sorprendía ver muchos niños solos en la calle, niños de 3 años solos, porque su madre estaba trabajando para conseguir comida. Los niños venían muchos sin zapatos y con ropas sucias y rotas. Y por la tarde, nos íbamos al orfanato y estábamos con los 27 niños que estaban allí. Jugábamos con ellos, cenábamos con ellos, los acostábamos y les leíamos cuentos antes de dormir.
¿Qué sensación tienes a tu regreso y cómo lo viviste allí?
Pues allí se viven muchas emociones. Aún recuerdo el primer día al salir del aeropuerto, el olor, los edificios, la gente, todo era tan distinto. En ese momento paras, y te detienes a analizar, comparar y pensar la suerte que tenemos de vivir dónde vivimos. Es allí cuando te sensibilizas con todo lo que ves a tu alrededor. Y a la vuelta, ocurre lo mismo. Es un viaje lleno de emociones, a veces sientes rabia, impotencia, pena y otras, muchísima alegría y cariño.
Probablemente la presencia física es un factor determinante, pero no todo el mundo puede desplazarse para vivirlo, ¿cómo se puede ser parte activa desde la distancia?
Bueno, se pueden hacer muchas cosas. Ha habido mucha gente de Villafranca y de Cádiz que ha donado ropa, juguetes, material escolar, incluso dinero con el cual hemos podido comprar colchones, zapatos para niños, gallos y gallinas, pintura etc. Se puede colaborar en muchísimos proyectos, pero yo considero fundamental el participar al menos una vez en un voluntariado, ya sea nacional o internacional. Hay que vivirlo.
¿Qué es lo mejor y lo menos bueno vivido en esta experiencia?
Lo mejor, el cariño de los niños. Aún tengo las imágenes guardadas en mi retina de esas risas, esos bailes, esas sonrisas. Es sin duda lo mejor del voluntariado. Todo el amor que recibes de ellos. Y lo menos quizás, pues el ponerse malo estando allí y el echar de menos mi cama, mi ducha calentita, la comida, la higiene en general.
¿Quién puede participar en estas iniciativas?
Pues cualquier persona sería capaz. Es el miedo el que a veces nos paraliza. El miedo a pasarlo mal, a la incomodidad, Pero una vez allí todos los miedos se relativizan. No te quejas, porque sabes que vas a estar así un mes y ellos toda su vida. Te demuestran esa capacidad de sonreír y ser felices aun no teniendo las necesidades básicas cubiertas.
Muchas gracias, Miriam.
Gabinete de Comunicación.
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