El pasado mes de mayo, un grupo de las promociones 1961 y 1962 con nuestras esposas, nos citamos en el Colegio para conversar y rezar bajo el manto de la Virgen con la óptica de nuestros recuerdos. Dicen, quienes saben de este asunto, que rememorar los buenos momentos vividos ayuda a conllevar las situaciones negativas e interviene en la felicidad manteniéndonos satisfechos y resistentes; y que evocar estos momentos es como una vacuna contra los pensamientos nocivos.

Ignoraba yo que los recuerdos tuvieran propiedades sanadoras pero sabía, de buena tinta, que con ayuda de Dios y un poquito de buena voluntad que pongamos nosotros, venir al Colegio seguirá haciéndonos más nuevos, más de aquí, más de este pueblo porque, como dijo Max Aub, la gente no es de donde nace sino de donde hace el bachillerato. Y es por eso, bien lo sabemos nosotros, por lo que volvemos.

Nos esperaban José Maria Díaz la Orden y Ángel González Galán para recorrer el edificio y caminar por plantas donde antes había camarillas sin techar, convertidas hoy en cómodas habitaciones, por el submarino de Preu, estrenado por nuestra promoción en 1960/61, y por la ínsula del Hermano Ybagayarzu, -querido “hermano cejas”- que conjuraba nuestras enfermedades a base de ungüentos y escasas medicinas (aquellos años 50) aliñadas con extraordinarias dosis de cariño. Luego anduvimos entre aulas, visitamos el salón de actos, estuvimos en el interior de la mezquita y paseamos por los jardines para acaba el periplo en el patio de los rorros, lugar donde mi memoria dice que bajo tu manto sagrado mi madre aquí me dejó. Y empezó todo.

A mediodía las señoras bajaron al pueblo a comer, pero nosotros preferimos almorzar en nuestro viejo refectorio, moderno self-service hoy, y saborear los garbanzos con tos sus avíos pregonados en el menú del día (oído cocina: sobresaliente al cocinero) compartiendo mesa y bandeja con alumnos, alumnas y un grupo llegado de intercambio desde el Campion School, colegio jesuita de India. Luego cerca del Colegio, charla, café, copa y cigarrillo.
Por la tarde el Padre Antonio, uno de los dos jesuitas de la casa, nos explicó en la Capilla grande el simbolismo encerrado en los cuadros que exhiben sus paredes para, a continuación, en procesión y silencio, subir hasta la Capilla de la Comunidad donde constituida la asamblea alrededor de la mesa presidió la Eucaristía para nosotros. Allí rezamos por los que vinimos, por los que no pudieron venir y por los que marcharon ya a la casa del Padre; muy en especial por quienes lo hicieron después del reencuentro en junio de 2019. Juanjo Olleros, Florentino Mateos, Ramón Ramos Mayo, Eduardo J. Molina, Carlos de Miguel y Javier de la Hera.

Hace tiempo, después de una de estas reuniones pregunté a la mujer de un compañero, persona agnóstica, qué le había gustado más del Colegio. Me refería yo a lo material: ubicación, aulas, campos de deporte etc. Ella, quizá sin saberlo, anunció cómo cumplimos el mandamiento nuevo recogido en Jn. 13, 34. ¡No podía imaginarme cómo os queréis! –dijo– ¡Me emociona veros! Por eso, queridos compañeros, querido Colegio, queridos P.P. Jesuitas, gracias por cómo nos educasteis y cuidasteis. Gracias por todo. Y dado que a nuestra edad provecta debemos vacunarnos, puntualmente, cada año, gaudeamus igitur. Mientras quiera Dios nuestro Señor ¡volveremos a encontrarnos!

Esteban Chacón Martínez.